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"El Manuscrito de Zhendu"Cap.4 Regreso a Chabarowsk 1/4(El paso por el Valhalla)

Iniciado por Serjey, Ago 19, 2017, 17:54:33

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mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus dias.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedico. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que
Salud y larga vida
Para agradecer
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mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus dias.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedico. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente.
Salud y larga vida
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El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus dias.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedico. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba
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Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus dias.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos
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El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus dias.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal.
Salud y larga vida
Para agradecer
  •  

mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus dias.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro
Salud y larga vida
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El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus dias.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa
Salud y larga vida
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El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus dias.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad
Salud y larga vida
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El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus dias.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos
Salud y larga vida
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Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. El momento era sumamente estresante
Salud y larga vida
Para agradecer
  •  

mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba 
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El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera
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Serjey

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía
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mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Valhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante
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Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

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De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y burlacamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caian como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadaveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara semi envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife...el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatidico estaba cada vez más presente, minando así el espíritu combativo de los valientes guerros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparados, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto divisaron tierra firme, era la isla de San Nicolás y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante hizo su aparición en la
Salud y larga vida
Para agradecer
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