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"El Manuscrito de Zhendu"Cap.4 Regreso a Chabarowsk 1/4(El paso por el Valhalla)

Iniciado por Serjey, Ago 19, 2017, 17:54:33

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mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla

Salud y larga vida
Para agradecer
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mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón
Salud y larga vida
Para agradecer
  •  

mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando los bravos guerreros de Nicolovsky
Salud y larga vida
Para agradecer
  •  

mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando. Los lugareños eran desconocedores de que lo que acontecía en su isla no era exclusivo de ella, les costaba creer lo que estaban oyendo.
Salud y larga vida
Para agradecer
  •  

mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando. Los lugareños eran desconocedores de que lo que acontecía en su isla no era exclusivo de ella, les costaba creer lo que estaban oyendo. Creyeron que era una cuestión que debía ser escuchada alguien que estuviera en un estadio superior
Salud y larga vida
Para agradecer
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mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando. Los lugareños eran desconocedores de que lo que acontecía en su isla no era exclusivo de ella, les costaba creer lo que estaban oyendo. Creyeron que era una cuestión que debía ser escuchada alguien que estuviera en un estadio superior.

Sin más dilación, se apresuraron a ir al encuentro del
Salud y larga vida
Para agradecer
  •  

mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando. Los lugareños eran desconocedores de que lo que acontecía en su isla no era exclusivo de ella, les costaba creer lo que estaban oyendo. Creyeron que era una cuestión que debía ser escuchada alguien que estuviera en un estadio superior.

Sin más dilación, se apresuraron a ir al encuentro del patriarca de la isla, aquel que tenía una estrecha relación con
Salud y larga vida
Para agradecer
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El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando. Los lugareños eran desconocedores de que lo que acontecía en su isla no era exclusivo de ella, les costaba creer lo que estaban oyendo. Creyeron que era una cuestión que debía ser escuchada alguien que estuviera en un estadio superior.

Sin más dilación, se apresuraron a ir al encuentro del patriarca de la isla, aquel que tenía una estrecha relación con el ser que tras la oscuridad mantenía en vilo a los moradores de la pequeña isla.
Salud y larga vida
Para agradecer
  •  

niko

Sin más dilación, se apresuraron a ir al encuentro del patriarca de la isla, aquel que tenía una estrecha relación con el ser que tras la oscuridad mantenía en vilo a los moradores de la pequeña isla.Ninguno sabia lo que se
  •  

mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando. Los lugareños eran desconocedores de que lo que acontecía en su isla no era exclusivo de ella, les costaba creer lo que estaban oyendo. Creyeron que era una cuestión que debía ser escuchada alguien que estuviera en un estadio superior.

Sin más dilación, se apresuraron a ir al encuentro del patriarca de la isla, aquel que tenía una estrecha relación con el ser que tras la oscuridad mantenía en vilo a los moradores de la pequeña isla. Ninguno sabía lo que se estaba prepararando, nadie podía presagiar
Salud y larga vida
Para agradecer
  •  

mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando. Los lugareños eran desconocedores de que lo que acontecía en su isla no era exclusivo de ella, les costaba creer lo que estaban oyendo. Creyeron que era una cuestión que debía ser escuchada alguien que estuviera en un estadio superior.

Sin más dilación, se apresuraron a ir al encuentro del patriarca de la isla, aquel que tenía una estrecha relación con el ser que tras la oscuridad mantenía en vilo a los moradores de la pequeña isla. Ninguno sabía lo que se estaba preparando, nadie podía presagiar que es lo que iba a acontecer
Salud y larga vida
Para agradecer
  •  

mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando. Los lugareños eran desconocedores de que lo que acontecía en su isla no era exclusivo de ella, les costaba creer lo que estaban oyendo. Creyeron que era una cuestión que debía ser escuchada alguien que estuviera en un estadio superior.

Sin más dilación, se apresuraron a ir al encuentro del patriarca de la isla, aquel que tenía una estrecha relación con el ser que tras la oscuridad mantenía en vilo a los moradores de la pequeña isla. Ninguno sabía lo que se estaba preparando, nadie podía presagiar que es lo que iba a acontecer, era una sensación que se
Salud y larga vida
Para agradecer
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mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando. Los lugareños eran desconocedores de que lo que acontecía en su isla no era exclusivo de ella, les costaba creer lo que estaban oyendo. Creyeron que era una cuestión que debía ser escuchada alguien que estuviera en un estadio superior.

Sin más dilación, se apresuraron a ir al encuentro del patriarca de la isla, aquel que tenía una estrecha relación con el ser que tras la oscuridad mantenía en vilo a los moradores de la pequeña isla. Ninguno sabía lo que se estaba preparando, nadie podía presagiar que es lo que iba a acontecer, era una sensación que se palpaba en el ambiente, algo iba a suceder.
Salud y larga vida
Para agradecer
  •  

mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando. Los lugareños eran desconocedores de que lo que acontecía en su isla no era exclusivo de ella, les costaba creer lo que estaban oyendo. Creyeron que era una cuestión que debía ser escuchada alguien que estuviera en un estadio superior.

Sin más dilación, se apresuraron a ir al encuentro del patriarca de la isla, aquel que tenía una estrecha relación con el ser que tras la oscuridad mantenía en vilo a los moradores de la pequeña isla. Ninguno sabía lo que se estaba preparando, nadie podía presagiar que es lo que iba a acontecer, era una sensación que se palpaba en el ambiente, algo iba a suceder. De pronto, ante ellos apareció
Salud y larga vida
Para agradecer
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mencey59

El navío estaba zarpando, la subida de la marea propiciaba la partida de la nave hacia aguas más profundas. La mar es esa mujer que te mece o te mata. El movimiento de la embarcación empezó a hacer estragos sobre los aguerridos soldados de la maltrecha y desolada guarnición de Chabarowsk, pero partían con  la convicción de que debían defender el bastión más emblemático del reino.

Quedaba atrás, en la lontananza, la tierra que les fue arrebatada, ahora volvía a Granada, vuelvo a mi hogar, el mismo que me vio nacer, pensaban los aguerridos soldados. Aquella vuelta no era sino, el principio de su nuevo devaneo con la Diosa fortuna.

Al salir del puerto empezaron a tener dudas sobre quien debía capitanear las huestes, no era fácil elegir al héroe, el adalid que iba a conducirlos a la gloria, aquel que los llevaría a la batalla y les haría alcanzar el deseado Walhalla. Sin embargo, primero deberían probar su valía en el combate.

De pronto, aparecieron por babor y favorecidos por el viento que soplaba de barlovento dos jabeques que se disponían a abordar la nave de Nicolovsky. Con una maniobra rápida, viró por avante, logrando eludir la embestida de una de las naves, pero eso le hizo perder el trinquete. El abordaje era inminente, los piratas conocían su oficio y utilizaban todo tipo de trucos que les daban ventaja en los abordajes. Empezaron a lanzar los garfios, sabiendo que les era suficiente con amarrar el otro extremo de la cuerda a su propio barco y tirar de ella hasta acercarse lo suficiente para saltar sobre la cubierta. Amadrinadas las embarcaciones aparecieron por doquier decenas de piratas armados hasta los dientes. Si más, Nicolovsky arengó a sus guerreros y se dispusieron a luchar, por fin podrían demostrar su valor.

Un fuerte estruendo se oyó por estribor, era la nave de Xio que embestía a uno de los jabeques rompiéndole cuadernas y bulárcamas, hiriéndolo de muerte, se fue a pique en pocos minutos. En cubierta la lucha continuaba, de pronto algunos valientes vieron como desde el cielo empezaban a caer saetas lanzadas por los malditos bastardos desde otro jabeque. Algunos se parapetaron tras los escudos, otros no tuvieron tal fortuna y sucumbieron a los afilados aguijones que caían como chuzos.

Xio mando abrir las troneras y por ellas aparecieron 40 cañones de 30 libras que empezaron a lanzar andanadas sin parar, barriendo la cubierta sin distinción, arrasando sin piedad, mutilando e hiriendo a guerreros y a piratas. La sangre cubría la nave de proa a popa, un intenso olor a muerte flotaba por el aire, era un caos, un infierno donde los cadáveres se amontonaban de babor a estribor y de proa a popa, incluso había restos humanos colgando de la botavara medio envueltos con los restos hechos trizas de la vela mayor.

Era un escenario dantesco el que se podía ver por todas partes, incluso se desprendió el mascarón de proa que fue a parar sobre la champaza del jabeque que herido de muerte se precipitaba hacia las profundidades de los mares de Valhalla. Pero era el sino de aquellos desafortunados que se cruzan con los temibles guerreros capitaneados por Xio. La contienda produjo muchas bajas en los dos bandos, pero los gloriosos guerreros de Chabarowsk habían demostrado con creces su valía y los que cayeron estaban ya, disfrutando de su merecido Valhalla.

Ahora, había que reagrupar las tropas que desperdigadas por cubierta recogían a los heridos y sus armas. El valor había sido demostrado, pero tal esfuerzo dejó mermadas las fuerzas de los bravos guerreros aunque afortunadamente estaban llegando a Granada, pronto verían la anhelada Alcazaba, majestuosa y vigorosa presidiendo la Alhambra, los palacios Nazaríes, el Generalife ... el paseo de los tristes, pero era su anhelado hogar.

El frío pronto llegaría y con él los temidos vientos huracanados que penetraban ayudados por Eolo, hijo de Júpiter y de la ninfa Menalipa, dios que mandaba los vientos y desencadenaba las tempestades. Bien lo sabía Ulises cuando sufrió en sus carnes la maldición del mar. Ese mar embravecido que enreda cabos y jarcias y retuerce sin piedad la embarcación más robusta imaginada, sin dar de sí, ni un solo respiro a navegantes que confiados se lanzan sin pensar en los peligros que esconde este. De pronto, la nave zozobró de forma tan violenta, que muchos de los bravos guerreros salieron despedidos por la borda, cayendo de manera irremisible dentro de un mar furioso que arremetía una y otra vez contra todo aquello que se anteponía a la cólera que le producía que navegaran a sus anchas por sus dominios. De repente, apareció por el horizonte una verga de gavia, era la nave del más feroz de los vasallos de Nicolovsky, el gran adalid de las huestes de las altas mesetas de Chabarowsk, ¡que lejos estamos de casa! ¡que suerte que vienen al rescate! Y entonces el mar se calmó. Una calma tensa que presagiaba, una vez más, la llegada de algún acontecimiento que iba a tornar de negro sus días.

Nunca imaginó que aquella mañana su vida haría un cambio tan radical, que no volvería a contemplar la luz del alba, una sensación amarga sacudió su cuerpo, la mañana era gris y plomiza, presagio de lo que estaba por llegar, un pájaro negro se poso en su navío, lo que era un mal presagio. Sólo quedaba una opción, seguir avanzando y confiar en las Moiras para que nos auguraran un buen destino. No había días, solo noches oscuras acompañadas de encrespadas olas que harían pensar al más valiente que un destino fatídico estaba cada vez más presente, minando así, el espíritu combativo de los valientes guerreros de Nicolovsky.

Los aparejos estaban muy deteriorados, los palos, las vergas, las jarcias y incluso las velas necesitaban ser reparadas, urgía buscar un puerto franco donde subsanar todos los destrozos. De pronto, divisaron tierra firme, era la isla de San Simón y en ella no había ningún rastro de aquel mar que tan bravo parecía previamente. A duras penas consiguieron llegar a la orilla y nada más pisar tierra firme, sintieron el calor, un calor sofocante que les abrasaba los pies, pero que secaba sus cuerpos y sus almas. Parecía que habían llegado al anhelado destino, pero la realidad era muy distinta, la tierra estaba yerma, desolada, muerta. Era como si el mundo quisiera volver contra sí  toda su ira, parecía dispuesto a terminar con todo ser viviente que hubiera por aquellos lares, mortal o inmortal.

No había explicación de lo que allí había sucedido. El silencio era absoluto y llevaba asociado un regusto amargo que emanaba toxicidad en el ambiente. Todo presagiaba que hoy iba a ser un día de esos, donde las cosas, si pueden salir mal, salen mal. El crepúsculo tendía su oscuro manto por toda la costa y la sensación de inseguridad se iba acrecentando por momentos. La situación era extremadamente tensa, nada presagiaba que aquello iba a acabar de una manera tan sencilla como lo parecía. Un suave viento de levante se hizo notar en el delta del inmenso río que apareció delante. Un fenómeno raro dadas las condiciones climáticas de la zona. Un micro clima extraño en medio de condiciones muy adversas no era frecuente en estas latitudes. Parecía que la larga sombra del diablo se posaba sobre los presentes, una sombra que demasiadas veces había estado minando la moral de los valientes guerreros que anhelaban volver definitivamente a su querida tierra y que añoraban volver a ver a sus seres queridos.

Alguien se había empeñado en dificultar el regreso de los valientes guerreros a su entrañable tierra, aquella que los vio nacer y que tanto añoraban. Cada vez que intentaban regresar, ante ellos aparecía un obstáculo. Sabían que esa mala racha no podía durar eternamente.

Pronto su suerte iba a cambiar. Ante ellos apareció un arcón medio enterrado en la arena. La expectación se apoderó de los bravos guerreros. Parecía un cofre de los que llevaban siglos atrás los galeones españoles en sus bodegas, esos galeones que expoliaron las tierras del Nuevo Mundo y lo conquistaron a sangre y fuego.

Cuando se prestaban a abrir el viejo arcón notaron que este estaba firmemente sellado, estaba hermético, no podía verse nada, ni podía salir nada de su interior. Esto no iba a ser óbice para los bravos guerreros. Empezaron a arremeter contra el cofre con todas las herramientas que tenían a su disposición. La tarea no era fácil, el arcón se resistía y aunque golpeaban con todas sus fuerzas el arcón permanecía impertérrito ante el acoso de los guerreros.

Tal fue el derroche de fuerza utilizada que por fin el cofre cedió y su cerradura voló por los aires hecha añicos. Pronto se abalanzaron dos de los más fieros guerreros que habían golpeado el arcón y se dispusieron a abrirlo. Para su sorpresa, en el interior no había nada de lo que ellos esperaban, esas perlas, esas copas de oro, esos collares de esmeraldas y anillos de gemas y esos doblones de oro que tanto ansiaban. No había nada.

Sin embargo, un liviano humo verde salió del fondo del cofre invadiendo todo el espacio circundante. De repente, los dos guerreros que estaban más próximos al cofre cayeron fulminados. Los demás valerosos guerreros que tantas vicisitudes había pasado, quedaron estupefactos ante tal hecho. No entendían que es lo que había sucedido. Más, a los pocos segundos empezaron a caer más guerreros, el humo verde se iba esparciendo por todo el lugar derribando a todo ser viviente que estaba en las inmediaciones. Nada había salido como se esperaba, ni joyas, ni oro, nada. Solo caos y desolación se podían presenciar en aquel lugar. Los más alejados del cofre todavía estaban en pié y no daban crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Sus fornidos compañeros iban cayendo al suelo como si la fuerza de la gravedad los atrajera multiplicando su capacidad de atracción. Estaban atónitos, no sabían que estaba sucediendo, su perplejidad era tanta que apenas sabían como reaccionar.

Transcurridos unos instantes desde que abrieron el arcón, los guerreros tendidos en el suelo empezaron a jadear perezosamente e intentaron en vano incorporarse para intentar seguir luchando contra un enemigo invisible. Uno de ellos agitó la mano con un gesto que indicaba a los demás que se alejaran. Acto seguido se desplomó. Otro pidió ayuda susurrando, de manera ahogada, mientras jadeaba de manera agónica. ¡Que triste final para aquellos valerosos guerreros!¿que misterio había en el lugar?

Nadie tenía una explicación, todos sucumbían al acercarse al arcón, un arcón que en principio había de ser la recompensa de los grandes guerreros como premio a sus servicios, a sus penurias y sus desgracias. La incógnita permanecía sin resolver, la solución no debería ser difícil, debería de ser fácil, solo había que saber mirar bien en la dirección correcta y analizar las cosas detenidamente, esas cosas cosas que hay alrededor y que en un principio parecen carecer de una importancia sustancial. Es como la navaja de Ockham, donde la explicación más sencilla suele ser la más probable. No era cuestión de analizar grandes misterios generados por encantamientos de brujos malvados o trampas colocadas por los dioses para castigar la codicia humana. Alguna explicación más simple debía e haber y precisamente, su simplicidad hacía que pasara desapercibida en ese lugar aparentemente normal.

Observando alrededor, parecía que la arena se les pegaba a los pies, como si hubiera caído de la misma manera que lo haría la nieve. Se veía un brillo húmedo en la sílice que se secaba. Esta playa no estaba aquí antes del huracán. Todo apuntaba a que lejos de todo lo conocido, en su corto entender, que se temía algo que era impredecible, descartando todo lo que se podría descartar. Ni las rocas, ni las palmeras, ni las chozas de los pescadores y los bucaneros que habían estado allí, tampoco estaban, habían desaparecido.

Los valientes guerreros Chabarowsk no habían conseguido ninguna recompensa. Apenas unos días después de su magnífica victoria en el bravo mar que culminó con la destrucción total del enemigo. La escuadra victoriosa había cerrado con éxito la contienda más difícil que se le había presentado en años. La última de muchas. Capaces de vencer a cualquier enemigo, en tierra firme o en el bravo mar, los triunfos se contaban a puñados. La recompensa era más que merecida, aunque desgraciadamente era inalcanzable hasta que no se resolviera el peligro que entrañaba acercarse a arcón.

La zona era sobradamente conocida, a parte de la gran tormenta, por otro lado habitual en el lugar, no había sucedido nada fuera de lo normal, no se veía alteración alguna. De repente un extraño ruido, muy fuera de lo habitual resonó por los alrededores, era como si algo sobrenatural viviera allí, algo que escapaba al entendimiento de todos aquellos que estaban en aquel paraje que había sido un remanso de paz en épocas anteriores. Algo o alguien estaba interfiriendo al parecer desde el mas allá, quizás aquel tenebroso estrépito no se produjo fortuitamente, algo o alguien que pretendía socavar la moral de los valientes guerreros que habían sobrevivido a mil y una desdichas.

El destino quiso que los sufridos combatientes no pudieran celebrar su merecido descanso. No daban crédito a lo que allí sucedía, algo no iba como estaba previsto. Una sensación de pesar se apoderó de ellos. ¿No habían dado ya suficiente?¿No se merecían un descanso?¿No habían demostrado con creces su abnegación, predisposición y valentía? No era justo que fueran recibidos con semejante despropósito. En lugar de encontrar un recibimiento digno de héroes, se encontraron con una situación, sumamente difícil, complicada y contradictoria. Había que tomar una decisión, había que hacer algo que combatiera de manera definitiva aquella injusta frustración a la que se veían sometidos los guerreros.

Alguien recordó que en la ensenada de la isla del bucardo, se produjo una especie de niebla, que al entrar en ella, hizo que su balandro alcanzará los 50 nudos, cosa poco probable en circunstancias normales, incluso con la mejor embarcación construida en los astilleros de Palamós. Tal velocidad, provocó una especie de vórtice que cambió todo el aspecto de la bahía y provocó una serie de anomalías que alteraron la percepción de los allí presentes.

Todos los aparejos, palos, vergas, jarcias y velas que permitían a la embarcación ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que la impulsa estaban recogidos, por tanto, no había lugar a esa velocidad, el desconcierto era general. Además, ni brújulas, ni sextantes parecían responder adecuadamente bajo esas extrañas circunstancias. Con todo, la mar estaba calma, no se apreciaba ningún tipo de corriente o eso parecía.

Se empezó a sospechar que el vórtice no solo se manifestó en la superficie, si no también en el fondo del mar. Al generarse los dos fenómenos al unísono, puedo haberse provocado un desfase en la estabilidad del espacio y el tiempo, es decir, el tiempo transcurría en ese lugar a un ritmo diferente de lo que ocurría alrededor, se podía producir una aceleración o una ralentización en el transcurso del tiempo. Esto lo podía haber provocado una retrogradación continua, aunque no uniforme, de la línea de los nodos de la órbita perturbada por el doble vórtice generando, por un lado, una energía que merma hacia la extinción y por otro, una energía que crece hasta volver a renacer de sus cenizas.

Si los muros que contienen el tiempo son débiles, no hay posibilidad de que haya un fin y los sucesos extraños pueden empezar a proliferar de manera descontrolada. Uno de ellos podría ser parecido al que aconteció en la isla San Nicolás. Así, el agua marina a raíz de la acción de fricción opuesta del vórtice, podría haberse calentado en un espacio de tiempo muy corto, en millonésimas de segundo, hecho que acabó provocando la emanación de gases y olores nauseabundos induciendo el estado de inconsciencia de los valientes guerreros.

Había que averiguar que solución adoptaron en la isla San Nicolás para descubrir de donde procedía semejante fenómeno. Sabiendo la causa, había muchas probabilidades de encontrar algún antídoto o remedio natural o en su caso, abordar el problema sin dar palos de ciego. Mandaron unos emisarios a la isla, salieron decididos, animosos, eran conscientes de la importancia de su misión, de ellos dependía que los guerreros atrapados en aquella maldita isla pudieran dejar atrás todas sus penalidades y desdichas.

Zarparon con la marea  y con la esperanza de encontrar la solución al problema que ponía en riesgo la vida de sus compañeros. En principio, no debía de ser una travesía complicada hasta la isla San Nicolás. La navegación transcurría sin mayores contratiempos y una suave brisa de levante hinchaba las velas generosamente. Conforme se iban acercando a su destino la bonanza se iba tornando en una ligera tempestad que auguraba un mal presagio. De repente, ante ellos apareció la isla San Nicolás, no era lo que esperaban, el tiempo había pasado muy rápido, según sus sensaciones. Su apreciación del tiempo transcurrido les llevó a una discusión de la que no había manera de llegar a un consenso. Un extraño fenómeno más que añadir a los muchos que estaban viviendo.

Una vez llegados a la isla se dirigieron a una pequeña aldea que se divisaba al pie de un cerro. Cuando faltaba poco por llegar, les salieron al paso unos curtidos lugareños. Estos, sorprendidos por la presencia de unos extraños viajeros, les preguntaron cómo es que se habían atrevido a venir a su isla. Los valerosos guerreros les pidieron perdón por haber osado desembarcar en su isla y acto seguido empezaron a explicar con detalle lo que les aconteció en la isla de San Simón, justificando así tal atrevimiento.

Los lugareños se apartaron unos metros de los visitantes y entablaron entre ellos una acalorada discusión. Transcurridos unos minutos, los lugareños dieron la bienvenida a los forasteros. Sabían que si habían podido acceder a su isla, era por que esta así lo había querido. A la isla San Nicolás solamente es posible acceder cuando la marea sube y la isla decide que los osados marinos que a ella llegan van a ofrecer una valiosa ofrenda. La isla decide quien entra y quien sale. Aquí mandan el mar y la luna. Lo que acontece demás en la isla, es cosa de un ente superior que gobierna a capricho el destino de aquellos que van a parar a sus dominios.

Los bravos guerreros se apresuraron explicar a los habitantes de la isla la instención de su viaje. Les explicaron lo que les acontenció en la isla de San Simón y estos contrariados no daban crédito a lo que les estaban contando. Los lugareños eran desconocedores de que lo que acontecía en su isla no era exclusivo de ella, les costaba creer lo que estaban oyendo. Creyeron que era una cuestión que debía ser escuchada alguien que estuviera en un estadio superior.

Sin más dilación, se apresuraron a ir al encuentro del patriarca de la isla, aquel que tenía una estrecha relación con el ser que tras la oscuridad mantenía en vilo a los moradores de la pequeña isla. Ninguno sabía lo que se estaba preparando, nadie podía presagiar que es lo que iba a acontecer, era una sensación que se palpaba en el ambiente, algo iba a suceder. De pronto, ante ellos apareció un individuo enclenque y desgarbado
Salud y larga vida
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